Ricardo de la Vega10-12-2014
Nota de redacción: Rubén Villalba lleva más de dos años con “prisión preventiva”, mucho más tiempo de lo que la Constitución y las leyes de este país habilitan para los delitos que le imputan. Recordemos que por el caso de la masacre de Curuguaty (15 de junio de 2012), él ya había conseguido la prisión domiciliaria, luego una huelga de hambre de más de cincuenta días. En el juicio, solo los ocupantes de aquellas tierras del Estado están imputados. En aquella ocasión murieron once ocupantes y seis policías. Siete de los campesinos muertos presentaron evidencias de ejecución. Heridos en el suelo, fueron rematados. Las tierras siguen usurpadas por el grupo Campos Morombi, de la familia del fallecido Blas N. Riquelme. Aun con todos los documentos que demuestran la propiedad del Estado, el fiscal Jalil Rachid, hijo de Bader Rachid Lichi, ex presidente del Partido Colorado al igual que Blas N. Riquelme, mantiene la acusación de “invasión a la propiedad privada”. Siete días después de la masacre, sacaban del Palacio de Gobierno al presidente Fernando Lugo, a través de un juicio político parlamentario que se tramitó, formalmente, en dos días.
Rubén Villalba debe morir
En profunda prosa poética, el escritor Ricardo de la Vega nos interpela con daga encenidida, en tanto "se matan campesinos como si se tratara de espantar las moscas que perturban el buen vivir del Hereford".
Rubén Villalba debe morir
para que sirva como ejemplo,
para que nadie ose reclamar un pedazo de tierra,
para que sepan todos a quién tu perteneces,
Paraguay que reptas como un canto derrotado,
y quien manda, mata; y quien manda come los vientos y los ahorros
que con tanto celo guardas bajo ese colchón de silenciosas pulgas;
Rubén Villalba debe morir,
porque es mejor que todos se pregunten: ¿Qué pasó en Curuguaty?”
como si nadie supiera qué pasó en Curuguaty,
como haciéndose el desentendido,
como si no viviera aquí hace toda la vida
que se hace el desentendido
como si no supieras qué pasó en Curuguaty
y te la pasas preguntando
Ingenuo que pretendes marchar para cambiar el mundo
–siempre custodiado por la policía-
y así enterarte que en esta tierra se matan campesinos
con menos disimulo
sin pudor
y sin pausa
como si se tratara de espantar las moscas que perturban
el buen dormir del Hereford, del Aberdeen Angus,
de la Nelore que suspira agobiada por el sol de Miami,
como si no supieras qué pasó en Curuguaty,
como si no supieras que ciento treinta -130-
sí pequeño desentendido
ciento treinta campesinos han muerto por un pedazo de tierra
y todavía preguntas: ¿Qué pasó en Curuguaty?
Rubén Villalba debe morir
para que Don Kalé siga tranquilo
en nuestro video-cielo inconmovible de pequeños contribuyentes,
para que Acero nos lotee hasta ese único cielo,
para que Horacio nos eleve hasta el cielo de la blanca palabra
y desde allí nos arroje al sumidero,
a la resaca del humo que se exporta en tinieblas!
Rubén Villalba debe morir
para que nuestro Ovispo –esa mezcla de cura y
avispón querendón-
siga perdiendo el tiempo en el Centro del Poncho
mientras abajo
a la izquierda y al fondo,
continuemos acusándonos de servir a la CIA,
encubiertos en tenedores y cucharas
encubiertos en la cocina del Pequeño Conspirador,
sin atinar a defenderte,
sin encender esa barricada
que fuera necesario esculpir en la piedra de nuestras cabezas,
con ese puño encendido,
para que recordemos la palabra Revolución.
Rubén Villalba, brasa inmortal
en el zapato de los terratenientes,
vibrante semilla prisionera,
que deberás morir
para expiar nuestra pequeñez
en este Gólgota agobiante que hierve a la hora de escribir
este poema!